Felicidad en bucle
El risueño cantautor sudafricano debuta en Madrid haciendo del ‘buenrollismo’ no ya argumento, sino sobredosis

El mundo es un lugar feliz, radiante y despreocupado cuando tipos como Jeremy Loops toman las riendas y ejercen de maestros de ceremonias. El cantautor de Ciudad del Cabo, que debutaba en Madrid este sábado ante un público veinteañero y demediado, pero entusiasta, se ajustó al arquetipo del buenrollismo desde el primer instante. Sonrió sin abandonar el gesto beatífico, nos piropeó hasta la zalamería, catalogó la ciudad como “una de las más hermosas del mundo” y pidió disculpas por los estragos que las últimas nueve semanas de gira ininterrumpida le hayan causado en sus cuerdas vocales. Paparruchas. Loops tiene 32 añitos y fisonomía de surfero: puede con lo que le echen.
El ejercicio de euforia es tan desmesurado que, en comparación, visualizaríamos a Jason Mraz apalancado en el diván y hundido en la pesadumbre. Jeremy es el cuñado enrollao, el yerno ideal, el hermano que eclipsa al resto de la prole. Imaginen a Ed Sheeran compartiendo cabaña con Jack Johnson y escribiéndole odas al amanecer. Es casi seguro que se quedarían cortos frente al sudafricano y sus aliados: ese bajista oriental y saltarín, el saxofonista travieso y un ocasional rapero negro predispuesto siempre a la algarabía.
Loops adoptó tal apellido por su manejo virguero de esta herramienta, esos pedales para grabación en bucle con los que un solo músico hábil puede erigirse en orquesta. Jeremy hace diabluras, manipulando las voces o introduciendo juguetes infantiles en Mission to the sun. Hasta una pieza titulada Skinny blues suena a estallido eufórico, mientras que Down south, con cita incluida de Marley, es un desmadre imparable entre los apocados. Lástima que esta felicidad en bucle sea un espejismo y, en último extremo, una fatiga. La vida y el arte aportan siempre más matices, incluso para un rubiales que echa de menos su tabla de surf y su caballo.
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