Árbol, libro, hijo

Sí, se dice que una vida completa implica tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol. Y de ello lo único que garantiza un buen resultado es lo último. A menos que el árbol muera, su vida vegetal, calma y serena, solo será motivo de equilibrado regocijo. El libro puede ser un soberano acto de egocentrismo alocado, amén de un tostón oceánico, y el hijo, por el que el padre habrá realizado tal montaña de sacrificios que no le permitirá ver — de haberlas— las colinas de estulticia de su vástago, puede resultar letal. Véase un ejemplo: Joe Henry tiene un hijo; el hijo, sin duda influenciado por el ambiente familiar, padre músico y como tía Madonna, aprende a tocar saxo y clarinete; luego el hijo sale de gira con el padre.

Era la tercera vez que Joe Henry, un músico de tradición clásica que puede recordar a Tom Waits, actuaba en Barcelona, y distó mucho de ser la mejor. Presentaba un disco que no tiene melodías claras, lo que en directo se tradujo en una serie de canciones bien interpretadas a la guitarra y mal perfiladas bien con saxo o clarinete, cuyos arreglos no añadían nada. La presencia de Javier Mas en algunos temas tampoco acabó de estimular el concierto, ya que excepto en Grave angels, sus punteos y los de Henry no resultaron armoniosos sino más bien confusos. 

Así pues no fue el mejor día para asistir a un concierto de Joe Henry, que una vez más brilló especialmente con el piano, con cuyo concurso interpretó por ejemplo una de sus mejores canciones, God only knows. En suma, concierto muy irregular en el que el músico y productor norteamericano mostró sus debilidades, una de ellas un hijo cuyos instrumentos vulgarizaron las canciones restándoles personalidad. Y es que un árbol no sale de gira y un libro se puede quemar.