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ARTE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El teatro de los espectros de Naufus Ramírez-Figueroa

El artista guatemalteco protagoniza una muestra en el Reina Sofía que revisita la violencia histórica desde el juego, la infancia y el artificio escénico.

'La ilusión de la materia' (2015), vídeo de Naufus Ramírez-Figueroa que forma parte de la BMW Tate Live: Performa.

Si solamente atendemos al currículum de Naufus Ramírez-Figueroa (Guatemala, 1978) o leemos algún que otro resumen rápido sobre la exposición Espectros luminosos que le dedica el Reina Sofía, tal vez, en un primer momento y con una lectura superficial o apresurada, la idea no nos resulte particularmente rompedora ni fuera de lo común: su obra está presente en muchas colecciones privadas —de hecho, esta exposición cuenta con la colaboración de la fundación de Francesca Thyssen, TBA21—, ha expuesto en la Tate y en el MoMA y tiene un buen número de encargos institucionales. Hasta el tema de casi todas las obras —la memoria de la violencia y la guerra civil en Guatemala, que obligó a su familia a exiliarse a Vancouver en los ochenta— cumpliría con la habitual predisposición de los museos occidentales a dedicar algunas de sus exposiciones menores a artistas del sur global si estos están dispuestos a representar sus respectivos traumas nacionales en su producción artística. Dicho de otra forma, hay quien podría leer a Ramírez-Figueroa como un artista más de media carrera, que lo mismo hace esculturas, que instalaciones, dibujos, performances o vídeos y que entraría —de nuevo, en principio— dentro de las tendencias “bienalistas” del arte internacional. Y aunque en algunas cartelas se intente reconducir su obra a este marco, seguramente para evitar el extrañamiento del público, y pese a que el Reina Sofía haya sido algo discreto sobre la publicidad de la exposición, la de Ramírez-Figueroa es quizá una de las propuestas más evocadoras y poéticas de todo el año.

Una obra de la exposición 'Espectros luminosos', de Naufus Ramírez-Figueroa en el Museo Reina Sofía.

Con elementos enormemente sencillos y poco consistentes, el artista puede aproximarse a la violencia histórica desde la aparente luminosidad del juego, la niñez y la ensoñación. La primera obra que vemos es la performance en vídeo La ilusión de la materia (2015), un teatrillo precario en el que el artista, que se esconde parcialmente tras un divertido maniquí de lo que parece ser poliestireno, colabora con niños que sostienen un atrezo casi improvisado y van cruzando por unas bambalinas de colores vivos que contrastan con la fragilidad del montaje. En los escasos cinco minutos que dura, los niños van destrozando el teatrillo, hasta dejar solo las estructuras de madera que lo soportaban. Sin aspavientos ni excesivas explicaciones, y mientras permite que el espectador entre en el juego de forma intuitiva y libre, el vídeo nos da las bases para entender que lo que nos espera en las siguientes salas es un abanico de posibilidades nada moralistas que sugieren otra forma de hacer memoria.

La fijación con la infancia y el sueño, que son quizá los únicos temas no históricos que pueden reconocerse en la variada —si bien, no excesiva— selección expuesta, otorga libertad al artista para ser impredecible, caprichoso y fresco, así como al visitante, que pronto se olvida del contenido ensayístico y puede acercarse a cada obra con un interés renovado. Un día, mientras caminaba, Ramírez-Figueroa se encontró un flamenco de plástico atado a una cadena. Aquí nos encontraremos con otros tantos: algunos están colgados bocabajo, otros parecen ser extrañas mascotas, y otros están mutilados.

Una imagen de la sala de la exposición 'Espectros luminosos', de Naufus Ramírez-Figueroa en el Museo Reina Sofía.

Aun así, tampoco resultan especialmente aterradores, porque el color rosa y el estilo decorativo de las esculturas ayuda a suavizarlas, incluso les da un tono kitsch. ¿Es un alegato ecológico? ¿Un recuerdo de las torturas? Algo similar sucede con Cuna y arrullo, el último proyecto del artista que se exhibe en la última sala. Los barrotes de las cunas esconden extraños seres de resina (arañas, un feto, un murciélago antropomorfo, criaturas híbridas y desconcertantes que desafían cualquier lógica naturalista). También aquí se difuminan las referencias: hay un primer nivel biográfico, en el que las cunas representan el periodo que pasó el artista en un hogar para niños refugiados en México antes de poder marchar a Vancouver con su familia, pero es fácil entender que hay una serie de fondos metafóricos que llevan algo tan brutal y biográfico a lo pesadillesco, la ciencia ficción o incluso a una serie de ficciones ecologistas.

La factura popular y aparentemente sencilla es lo que dota de poderío y cercanía a la variada mezcla de obras. La sala con la instalación El dedo reptiliano de Dios, por ejemplo, es un comentario elocuente y divertido a las teorías de la conspiración que pululan por Internet: un dedo de poliestireno pintado y rodeado de otras esculturas colgadas del mismo material refulgen en una habitación fluorescente; son una estrategia de materialización entre cutre y kitsch de toda una forma de pensar la historia, la verdad y el desorden del mundo. Ramírez-Figueroa se acerca al público con honestidad, como un actor humilde que enseña sus trucos al final de la obra, y de este modo puede hablarnos con toda la seriedad de un niño que juega.

‘Naufus Ramírez-Figueroa. Espectros luminosos’. Museo Reina Sofía. Madrid. Hasta el 20 de octubre.

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