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Silencio igual a muerte: Carlos Motta contra el dogma colonial, religioso y sexual

En Barcelona, el Macba dedica una gran exposición al artista colombiano, autor de una contrahistoria ‘queer’ que se opone a los relatos dominantes y que convierte al cuerpo en un territorio de disidencia

'Untitled Self-Portrait #3' (2019), de Carlos Motta.
Álex Vicente

Un hombre reza con un guante de cuero cubriendo su mano derecha. La imagen que da la bienvenida a la gran exposición que el Macba dedica a Carlos Motta, condensa una tensión fundamental en su obra: el legado opresivo de la religión como norma cultural y la insubordinación y la herejía como formas de disidencia. Es también el umbral hacia los submundos gais en los que ha transitado su trayectoria, marcada por más de dos décadas de mirada implacable al legado colonial y a la moral sexual impuesta por la Iglesia.

Su trabajo se centra en la vulnerabilidad de ciertos cuerpos ante la violencia del Estado, las decisiones políticas y los procesos históricos. De la crisis del VIH al genocidio en Gaza, tema de fondo en su última performance, Gravedad (2024), su arte ha dado voz a quienes fueron silenciados por el discurso normativo, mucho antes de que eso se convirtiera en un gesto corriente en los museos de arte.

'Estimada Martina' (2016), de Carlos Motta.

Por todo eso, es de justicia que el Macba le dedique esta falsa retrospectiva, comisariada por Agustín Pérez-Rubio y María Berríos, y sin duda una de las propuestas más contundentes de la última etapa del museo barcelonés. Motta reescribe desde lo queer el relato oficial del colonialismo, entendido como “una historia de subyugación cultural completa”, como este artista colombiano de 46 años, asentado en Nueva York, señala durante una visita a la muestra. Una sala acoge una instalación compuesta por 20 réplicas en miniatura de esculturas prehispánicas que representan sexo entre hombres, copiadas de obras de museos antropológicos. Ponen en duda las nociones de pecado, crimen y desviación impuestas tras la colonización, planteando la hipótesis de una sexualidad más libre en la América prehispánica.

En la trilogía de vídeos Nefandus, Motta traza una arqueología de la represión sexual en América Latina a partir de casos reales de sodomía, masturbación o zoofilia, formas de sexualidad no reproductiva censuradas por el cristianismo. Y, en Réquiem, el artista invierte literalmente el evangelio: en una capilla del siglo XVI, dos artistas italianos de bondage practican una crucifixión invertida del cuerpo de Motta, en una coreografía suspendida que evoca el martirio de san Pedro según Caravaggio. En esta pieza, influida por la “teología indecente” de Marcella Althaus-Reid, la Biblia es leída a contrapelo y lo sadomaso es otro ritual aceptable si uno aspira la trascendencia.

'Nosotrxs que sentimos diferente' (2012), de Carlos Motta, en las salas del Macba (Barcelona).

En el pasillo exterior, Motta aparece frente a la cámara con un aparato dental fetichista que le impide hablar con claridad. Trata de recitar, de memoria, esa cronología oficial de la epidemia del sida que empieza con un supuesto paciente cero. Su mandíbula vacila y se agota, como si se rindiera ante las mentiras de una historia distorsionada por el estigma, la negligencia política y la brutalidad médica. Mientras, Nosotrxs que sentimos diferente se opone a las promesas del capitalismo rosa y la conquista del matrimonio igualitario, que no fue el final redentor tras una larga marcha por la igualdad. Frente a falacias como it gets better o love wins, Motta cree que nada ha cambiado tanto: a los hechos más recientes se remite, como “el borrado de las personas trans tras una década de empoderamiento”.

Concebida en 2012 para el New Museum y adquirida después por el MoMA, la instalación funciona como un centro de investigación sobre cuatro décadas de políticas LGTBIQ+ a escala global, con entrevistas a activistas de distintos contextos culturales, de Oslo a Seúl. El proyecto impulsa un debate sobre la posibilidad de un “nosotrxs” que no se conforme con la tolerancia biempensante o una asimilación obligatoria, sino que aspire a cambiar de modelo. “Hay que luchar por una transformación estructural. Como el sistema basado en el progreso y la lucha por los derechos humanos está en ruinas, tenemos la oportunidad de pensar estructuras diferentes”, defiende Motta.

Contra falacias como ‘love wins’ o ‘it gets better’, Motta desmonta los mitos del progreso ‘queer’ y no se conforma con la tolerancia blanda o con la asimilación obligatoria

En El vacío, el triángulo rosa —símbolo de persecución bajo el nazismo hasta su resignificación como emblema del activismo de Act Up, junto su lema “silencio igual a muerte”— se convierte en contramonumento. Dos formas gemelas, inspiradas en el minimalismo de Agnes Martin, celebran la revuelta, el cuidado y la alianza como formas de resistencia. La obra, rechazada sin contemplaciones cuando fue propuesta para la High Line de Nueva York, ha sido repensada para el museo.

'El vacío' (2020), de Carlos Motta.

En Nosotrxs el enemigo, Motta presenta decenas de figuras de bronce inspiradas en representaciones del infierno en el arte europeo de los últimos siglos: personajes de mujer, sexualizados y monstruosos, con enfermedades dermatológicas y rostros deformes. Viendo este cúmulo de esculturas desviadas, el averno se convierte en un espacio de resistencia. El mismo gesto inspira Querida Martina, conjunto de esculturas de hermafroditas impresas en 3D y presentadas como piezas de museo. Mientras, en el vídeo Corpo fechado, Motta recuerda la historia real de un esclavo condenado por sodomía. Como Isaac Julien, Motta no ficcionaliza el archivo solo para fabular, sino para dar agencia a cuerpos borrados por el poder y olvidados por la historia.

En una de las últimas salas, Motta se vuelve hacia sí mismo. Fotografías en blanco y negro realizadas cuando tenía 18 años anuncian parte de su obra posterior: lo muestran con la peluca de su madre durante su cáncer terminal; en otras, máscaras de cuero, cintas faciales propias de una drag y maquillaje en blanco nuclear, digno del teatro butō. El epílogo es un vídeo de 2019 donde la artista Despina Zakaropoulou interpreta una letanía de insultos históricos hacia las personas queer. Al pronunciarlos con orgullo, se reapropia de ellos hasta transformarlos en una reivindicación de los indefensos. Didier Eribon dice que uno toma conciencia de su homosexualidad a través del insulto. Para lo malo, desde luego, pero también para lo bueno: la rabia que Motta siente frente a esa injuria indiscriminada le ha permitido alzarse contra el silencio forzado, que hoy sigue siendo sinónimo de muerte, ya sea literal o figurada.

‘Carlos Motta. Plegarias de resistencia’. Macba. Barcelona. Hasta el 26 de octubre.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.
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