La música de los pájaros
A lo largo de la historia, un sinfín de grandes compositores, como Mozart, Beethoven, Bach, Vivaldi, Messiaen o Rautavaara, se han inspirado en el canto de mirlos, cucos o ruiseñores

En estos días en los que la primavera se encuentra ya entre nosotros, muchos de mis antiguos oyentes recordarán cómo solía unirme al coro de aves para sumergirme en el canto primaveral y descubrir su influencia en la música. Hoy, alejado ya de las ondas radiofónicas, manifiesto, por medio de estas notas, mi admiración hacia las aves y me uno a ellas entonando un sonoro elogio de los pájaros.
Su capacidad para volar, “caminar por el aire” lo denomina Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana (1611), su colorido, su omnipresencia, sus hábitos y sobre todo su melodioso canto convierten a las aves en unos seres fascinantes que han llamado la atención de los humanos desde que comenzamos a compartir nuestra existencia.
Numerosas tradiciones, religiones y manifestaciones artísticas rinden tributo a las aves, desde el Espíritu Santo en forma de paloma en la tradición cristiana hasta las plumas de ganso utilizadas por Cervantes para escribir el Quijote, o la invención de la letra griega ypsilon (Y) ideada por Palamedes, según la tradición, tras contemplar el vuelo en formación de un bando de grullas.
Antiguamente, el paisaje sonoro que envolvía la vida en pueblos y ciudades estaba constituido por sonidos naturales y el canto de las aves se transformó en el canto de los humanos: la música
Cuando mirlos, cucos y ruiseñores proclaman la primavera, es bueno recordar cómo el canto de las aves ha servido de inspiración a multitud de músicos. Algo más evidente en los tiempos antiguos, en épocas en las que el paisaje sonoro que envolvía la vida en pueblos y ciudades estaba constituido por sonidos naturales: cacareos de gallinas, relinchos de caballos, el canto del gallo, balidos de ovejas, ladridos de perros; asnos rebuznando, mugidos de vacas y bueyes, voces de vendedores ambulantes, el rítmico traqueteo de un carro sobre el empedrado, canciones de segadores, toques de campanas y junto a todo ello el alegre gorjeo de ruiseñores, currucas y mirlos además del parloteo de golondrinas y el crotoreo de cigüeñas. En este entorno sonoro que rodeaba a las personas, el canto de las aves se transformó en el canto de los humanos: la música.
En el Renacimiento, el maestro que con mayor éxito recreó el canto de las aves fue Clément Janequin, con sus chansons dedicadas al ruiseñor y a la alondra y sobre todo con su más ambiciosa Le chant des oyseaulx (sic) (el canto de los pájaros), una extensa página en la que por medio de onomatopeyas y recursos musicales da voz a mirlos, cucos y ruiseñores, entre otras aves.
En nuestras tierras también hallamos abundantes referencias a las aves. Un curioso ejemplo es la pieza de Pedro de Pastrana, maestro de capilla del duque de Calabria, en Valencia, Gru, gru, gru, gru, en la que se imita el canto de las grullas (Grus grus) que desde tiempos inmemoriales nos visitan cada otoño.
Junto a ello también podemos encontrar referencias a los ánsares (Rodrigo Martínez), ánades (Dos ánades, madre), garzas (Al revuelo de una garza), gallos (Ya cantan los gallos o Mayoral del hato), tórtolas y ruiseñor (Fonte Frida o Din, dirindín), halcones, azores y gavilanes (¡A la caça! ¡Sus! ¡A caça!), cucos (Dale si le das o Cucú, cucú, cucucú), y muchas otras aves que anidan en nuestros cancioneros renacentistas.
Precisamente el cuco (Cuculus canorus), cuyo simplísimo reclamo de dos notas puede escucharse estos días por toda nuestra geografía (salvo en Canarias y Melilla), es citado por muchos compositores. No sólo por su canto, sino también por su costumbre de parasitar nidos ajenos para hacer la puesta. Esto se asoció a la infidelidad conyugal, como recoge Covarrubias en su Tesoro de la lengua: “Cuclillo: Ave conocida y de mal agüero para los casados”. Juan del Encina, en una divertida canción, además de imitar su canto se hace también eco de esta idea. Otros autores como Schmelzer, Kerll, Couperin o Haendel dedicaron composiciones al canto del cuco.
“Y de lo que más soledad he tenido es del cantar de los ruiseñores, que hogaño no los he oído”, escribió en la primavera de 1582 Felipe II en Lisboa
Pero quizás el ruiseñor (Luscinia megarhynchos), con su canto nocturno —a veces también diurno— de enorme variedad y potencia, sea el ave con más referencias musicales. Y es que la exquisitez de su canto es tal que, hasta el monarca más poderoso de su tiempo, Felipe II, añoraba su canto: “Y de lo que más soledad he tenido es del cantar de los ruiseñores, que hogaño no los he oído”, escribía desde Lisboa a sus hijas en la primavera de 1582. El canto del ruiseñor ha sido evocado por Janequin, Monteverdi, Couperin y Haendel, entre otros. Haendel, por cierto, compuso un concierto titulado El cuco y el ruiseñor.
Cuando en 1604, en Madrid, vio la luz el libro titulado Conocimiento de las diez aves menores de jaula, de Juan Bautista Xamarro, ya era costumbre tener a estas avecillas —jilgueros, pardillos, calandrias o ruiseñores— en jaulas para deleitarse con sus sones. El libro iba dirigido a “los sabios, que cansados de los continuos estudios, suelen recrearse con el suave canto de estas aves”. También en Inglaterra, en 1707, se publicó The Bird Fancyer’s Delight (la delicia del criador de aves), un manual para perfeccionar el canto de estas aves de jaula mediante melodías de flauta de pico.
Desde el siglo XVII, el canario se consolidó como el pájaro de jaula por excelencia. Y a un canario de extraordinario canto fue a quien dedicó Georg Philipp Telemann su Música funeraria para un canario versado en el canto TWV 20.37, que algún aficionado a las aves encargó al músico alemán en memoria de su pequeña ave canora. Vivaldi se inspiró en el canto de las aves en varios de sus conciertos, como el Concierto op. 10 nº 3 Il cardellino que recrea el canto del jilguero (Carduelis carduelis).
Johann Sebastian Bach requirió, por medio de su secretario, que le enviasen “… un pardillo que, gracias a su hábil adiestramiento por un profesor, dejaba oír su canto de forma extraordinaria”
Sabemos del gusto de Bach y de su esposa, Anna Magdalena, por el canto de las aves. Johann Elias Bach, primo y secretario de Johann Sebastian Bach, solicitaba para éste, en una carta, que le enviasen a través de un medio seguro “… un pardillo que, gracias a su hábil adiestramiento por un profesor, dejaba oír su canto de forma extraordinaria”.
Pero las aves continuaron brindando su arte canoro a sucesivos autores. Mozart y su ‘Papageno’, de La flauta mágica; Beethoven con el reflejo del canto de oropéndolas y codornices en sus sinfonías. Y en el siglo XX Vaughan Williams y su emotivo The Lark Ascending (la alondra elevándose), y la figura de Olivier Messiaen con su monumental colección pianística Catálogo de pájaros. También hay que mencionar al finlandés Einojuhani Rautavaara con su admirado Cantus arcticus, cantata para pájaros y orquesta, en la que grabaciones de los cantos de aves de las regiones árticas de Finlandia se superponen al sonido de la orquesta.
Composiciones como las arriba mencionadas y otras muchas más, de las que nunca hubiéramos podido disfrutar, de no haber existido junto a nosotros esos seres maravillosos que son las aves.
Sergio Pagán es músico, divulgador musical y aficionado a la ornitología. Presentó ‘Música soñada’, ‘La hora de Bach’ y ‘Música antigua’ en Rádio Clásica hasta 2024.
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