Tres artículos olvidados de Manuel Chaves Nogales
La profesora de Filología Inglesa Yolanda Morató ha rescatado 500 reportajes, análisis y crónicas que el periodista sevillano escribió sobre la Segunda Guerra Mundial. Lea aquí tres de estos artículos olvidados escritos entre París y Londres

Un trabajo de investigación detectivesco en hemerotecas de decenas de países ha permitido rescatar el articulismo que Manuel Chaves Nogales escribió desde Londres y París durante la Segunda Guerra Mundial. Este corpus periodístico se recopilará en tres volúmenes que durante este 2025 publicara la editorial El Paseo.
Supera la crueldad nazi a los bárbaros
6 de febrero de 1940
Los relatos de atrocidades cometidas por los alemanes, en Polonia, están demostrando algo que el mundo se resistía a creer. Que la dominación hitleriana se asienta, no en el sometimiento y explotación del vencido, no en la imposición de la ley más o menos dura del vencedor, sino en el aniquilamiento total del adversario y su extirpación radical merced al progreso mecánico moderno para suprimir a masas enormes de humanidad y reducir a la esclavitud total a los supervivientes.

Esta realidad actual es tan monstruosa, que es de difícil comprensión, porque nunca antes había sido posible ni siquiera en épocas más luctuosas, más bárbaras. Los grandes caudillos bárbaros de la antigüedad no eran más piadosos que los nacionalsocialistas, pero por mucha que fuera su crueldad, tenían un límite: el de la imposibilidad física de asesinar o esclavizar a muchedumbres ilimitadas. Se podía pasar a degüello a una guarnición, cargar de cadenas a los habitantes de una ciudad, de un país, pero no había el modo físico de aniquilar a pueblos enteros de millones de habitantes.
Los nacionalsocialistas están haciendo esto en Polonia, sistemáticamente, científicamente. Para esto sirve la ciencia humana. El Estado moderno, con su vasta organización policíaca, sus armas automáticas y sus campos de concentración, ha proporcionado a la barbarie nacionalsocialista un instrumento de dominación ideal con el que habría soñado Gengis Khan.
El mundo incrédulo se resiste a creerlo; cuando se habla del terror nazi en Polonia, las gentes ingenuas se imaginan sencillamente escenas dramáticas de ocupación por un ejército victorioso, como tantos otros casos de conquista registrados en la historia de la edad moderna.
Siempre hubo matanzas, deportaciones en masa de judíos, siempre se ha perseguido a intelectuales rebeldes y siempre se ha fusilado a los patriotas vencidos. Ha sido necesario que el Vaticano, prescindiendo de su cautela política, lance al mundo, por medio de la radiodifusión, un grito agudo de horror para que empiece a entreverse la horrenda verdad. Pero los sacerdotes fusilados por docenas, como los patriotas ejecutados a millares, no representan la máxima crueldad del nazismo. Lo espantoso es el pensar en los cientos de miles de hombres deportados, encerrados en campos de concentración, traídos y llevados como ganado, desposeídos de todos sus bienes y separados de sus familias. Para poner una barrera a esta barbarie nazi, está la guerra, y solo quienes sigan haciéndose vanas ilusiones sobre el verdadero sentido de la dominación hitleriana, pueden desinteresarse de la contienda europea. Quienes sabemos, por dolorosa experiencia, lo que el nazismo significa, no admitimos esa opción.
La vida de los perros y los gatos
Correio da Manhã, 10 de enero de 1941
Cuando estalló la guerra, había alrededor de diez millones de gatos y más de tres millones de perros en Inglaterra. En total, suponían trece millones de bocas inútiles que alimentar. Alrededor de un millón de gatos fueron sacrificados en los primeros meses de la guerra, debido a las exigencias de la evacuación. Sin embargo, no tardó mucho en empezar una campaña de protección de los gatos, espoleada por la especial simpatía ―podríamos decir incluso que por la debilidad de los ingleses ― por los animalillos domésticos.

Se dice que los gatos son imprescindibles para combatir las ratas; y aunque no parece muy seguro que los felinos domésticos, que llevan una vida regalada, se dediquen a su antigua actividad de cazadores, se dice que su simple presencia en los hogares mantiene alejados a los roedores. Se cita como ejemplo el terrible caso de Madrid, donde la población, hambrienta por el asedio, se vio obligada a devorar todos los gatos de la ciudad. El general Franco hizo su entrada triunfal en la capital de España acompañado de un auténtico ejército de gatos, destinado a purgar la capital.
Gracias a estas razones se salvaron las vidas de los gatos de Londres; es muy común ver a los gatos en edificios destruidos por los bombardeos alemanes, rescatados por vecinos compasivos, que les llevan leche y cortezas de queso todos los días. En la City, sobre todo, tras los destrozos provocados por los incendios, hay toda una población felina que vive entre los escombros, apoyada por la buena voluntad de los empleados y las mecanógrafas de las oficinas cercanas, cuya primera preocupación cada día es poner algo de comida al alcance de los gatos abandonados.

Para esta población de gatos callejeros sólo hay un día de ayuno: el domingo, cuando no abren las oficinas. Ahora, sin embargo, hay un aspecto más serio: no está solo el problema de los gatos, sino también el problema de los perros. ¿Cómo seguir alimentando, sobre todo con carne, a tres millones de perros cuando las raciones de carne ya empiezan a restringirse a lo estrictamente indispensable para la población?
El Ministerio de Abastecimiento ha anunciado que la persona que alimente a los perros con cualquier tipo de carne que pueda ser utilizada en la alimentación humana será severamente castigado. Inmediatamente han surgido unos curiosos clubes “Pro-carne para perros”, que han empezado a actuar con gran dinamismo. Y los amigos de los perros, por legiones, se preparan para garantizar la subsistencia de sus antiguos compañeros.
Las ligas de defensa canina están trabajando para garantizar que los perros sean alimentados regularmente con carne de caballo, que en Inglaterra no se utiliza en la alimentación humana. Pero como no existe una carnicería que venda carne de caballo, los dueños de los perros tendrán que unirse para adquirir al por mayor los restos equinos que estén disponibles.
Lo que se teme es que las ligas protectoras de caballos (que también existen en gran número en Inglaterra) entren en conflicto con las ligas caninas, cuyos objetivos deben de parecerles abominables.
En este caso, la única solución para los perros ingleses es que se vuelvan vegetarianos. Y lo peor es que ya se hacen campañas para que a los perros solo les den, además de sobras, verduras que los humanos no podamos utilizar. Por otra parte, el perro se encuentra con un formidable competidor, el cerdo, cuya voracidad debe alimentarse si los ingleses quieren seguir comiendo su tocino frito, la base tradicional del desayuno británico.
Malos tiempos, estos de ahora, para el fiel amigo del hombre. El perro era una figura muy importante en la vida inglesa; gozaba de innumerables privilegios y consideraciones. Ser un cachorro en Inglaterra era mucho mejor que ser judío en algunos países o demócrata en otros. Había establecimientos en Londres dedicados específicamente a la venta de comida para perros: hoy, por supuesto, están todos cerrados. Aquellas papillas científicas, aquellos jabones y cremas que hacían que les brillase el pelaje, aquellos elegantes collares e, incluso, las máscaras antigás fabricadas especialmente para que las utilizaran... Todo eso, ¡pobres perros!, ya ha desaparecido.
El inglés sabe que le espera una guerra larga y dura, y ya se ha resignado a ver a su perro compartir sus sufrimientos. Y si no fuera por las sociedades protectoras de razas caninas, me atrevería a decir que, si fuera necesario, los ingleses se comerían a sus perros sin el menor remordimiento, siempre y cuando pudieran seguir luchando hasta la victoria.
Duros cuando ganan y blandos cuando pierden
Diario de Pernambuco, 9 de febrero de 1943
Parece imposible que los alemanes sean tan duros cuando ganan y tan blandos cuando pierden. Realmente, sorprende ver la manera en que acusan los golpes de los adversarios y pierden, de repente, toda integridad.
El Reich ha decretado un extravagante luto nacional por el desastre de Stalingrado, con marchas fúnebres, supresión de espectáculos y lamentaciones de sus dirigentes, lo que revela una Alemania blanda y sentimental, que en nada se parece a la Alemania arrogante, inhumana y cruel de otros días, cuando cantaba victoria.

Es evidente que los alemanes saben golpear a los demás con trances inhumanos, pero no saben soportar con dignidad los golpes que reciben, que les hacen gimotear lastimeramente.
Ahora dicen que ese sexto ejército, flor y nata del militarismo alemán y que había devastado Francia, Bélgica, Holanda y Grecia, sin mostrar un solo gesto de piedad por los pueblos que destruyó, quiere hacerse acreedor de la piedad universal, presentándose ahora ante el mundo como un desdichado paladín de la civilización, del humanitarismo y de la cultura, además de víctima inocente de la ferocidad enemiga.
Casi parece que fueran los rusos los que hubiesen invadido Alemania, cuando los que llevaron la muerte y la desolación a los vastos territorios rusos, saqueando y asesinando a millones de seres que defendían su tierra, sus hogares, su patria y su independencia, fueron los alemanes.

Si los dirigentes nazis tuvieran un mínimo de pudor no se atreverían a hacer estas pomposas exequias, ni a derramar lágrimas de piedad sobre sus aniquilados ejércitos a los que, de haber caído dignamente, les bastaría con un silencio respetuoso.
Los agresores de Stalingrado deberían haber caído como los héroes de la Antigüedad, sin un lamento a la hora de exhalar el alma, arrostrando con dignidad las consecuencias de su propia dureza del alma. Ante las naciones, lloran por los estragos causados por la guerra.