A diez años de ‘Laudato si’ y del Acuerdo de París, la crisis de valores detrás de la crisis climática
Con más de 500 millones de fieles en la región, las comunidades religiosas pueden y deben actuar como puentes de diálogo y defensores de la Tierra

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Hace una década, en vísperas de la negociación del Acuerdo de París, el Papa Francisco emitió la encíclica Laudato si’, una mirada diferente a las crisis ambientales al vincularlas a otras problemáticas que parecieran independientes, pero que son una parte central del mismo desafío: la desigualdad, la exclusión social y la prevalencia de un modelo económico y de pensamiento basado en la dominación y apropiación de la naturaleza. Esta encíclica hace además un llamado amplio a atender las raíces éticas y religiosas de los problemas ambientales y a proteger nuestra casa común desde una “relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza”.
Diez años después, ese llamado sigue vigente, pero su aplicación continúa siendo insuficiente: incluso con los compromisos actuales de reducción de emisiones, el mundo está lejos de limitar los peores impactos climáticos. Esto afecta especialmente a los países del Sur Global, que ven su situación agravada por la trampa de la deuda, la pobreza estructural y un sistema económico basado en la extracción voraz de recursos naturales, en beneficio de unos pocos, pero en detrimento del bien común.
La COP30 que ocurrirá en Belém, en plena Amazonía brasileña, será escenario viviente de las contradicciones que enfrenta el planeta. Considerada el pulmón del mundo, con sus amplias selvas que regulan el clima y resguardan la biodiversidad, es también un territorio en crisis, amenazado por el avance del extractivismo y el agronegocio, que de continuar como hasta ahora, podría transformarse en una sabana árida, poniendo en riesgo la estabilidad climática regional y global.
Esa misma Amazonia tiene también una capacidad transformadora inmensa, una capacidad enmarcada en su riqueza natural, pero también en el liderazgo que ejercen los pueblos indígenas y las comunidades campesinas amazónicas, que son ejemplo de custodia de la vida y del planeta. Justamente, la presidencia brasileña de la COP30, consciente de que los problemas en los que estamos insertos no se resolverán únicamente con diplomacia o con tecnologías, ha propuesto el desarrollo de una serie de balances éticos, entendidos como mecanismos multiactor que incorporen las dimensiones éticas, espirituales y de saberes tradicionales al análisis mundial de la crisis climática.
En el marco de estos balances éticos, y reafirmando el llamado de Laudato si’, creemos que la fe puede jugar un papel crucial como fuente de sentido y esperanza, reforzando la convicción de que formamos una sola comunidad humana. Con más de 500 millones de fieles en la región latinoamericana, las comunidades religiosas pueden y deben actuar como puentes de diálogo y defensores de la dignidad humana y de la Tierra. La COP30 necesita algo más que compromisos técnicos: requiere recuperar un horizonte ético, para lo cual la religión y los valores de cuidado, solidaridad y respeto pueden “darle alma” al multilateralismo climático.
De ahí que la Iglesia Católica plantee en este año jubilar 2025 una idea clave que permitiría recuperar su sentido histórico de liberación y restauración social: transformar la deuda en esperanza, es decir, frenar la crisis de la deuda y cancelar las obligaciones injustas e impagables de los países del Sur Global. No puede haber justicia climática sin justicia financiera. La condonación de la deuda al mundo en desarrollo, y de paso la reestructuración del sistema financiero global, no son un acto de caridad, sino de justicia para garantizar dignidad y futuro a los más vulnerables.
Asimismo, las Iglesias del Sur Global demandaron, a través de un documento publicado recientemente, el fortalecimiento de la soberanía de los pueblos originarios sobre sus territorios para proteger ecosistemas cruciales, la implementación de programas educativos sobre ecología integral y economía popular-solidaria, y propone la creación de un observatorio eclesial que monitoree los compromisos climáticos y denuncie incumplimientos desde la perspectiva del Sur Global. Las comunidades de base, junto a redes/plataformas y comisiones, trabajan en la defensa de la vida y en territorios vulnerables. Estas comunidades implementan proyectos de cuidado ambiental, defensa del agua y acompañamiento social, realizando una acción climática desde abajo, que fortalece la resiliencia local. Visibilizar, reconocer y articular este potencial es clave y sirve como ejemplo para que la Iglesia contribuya decididamente a la agenda climática global.
Queremos que el legado que nos recuerda el décimo aniversario de Laudato si’ y del Acuerdo de París, apoye transformaciones profundas hacia una casa común más justa, humana y sustentable, puesto que la crisis climática es, antes que nada, una crisis de valores que demanda la superación de un paradigma extractivo, tecnocrático y mercantilizador, para construir un modelo de desarrollo basado en la solidaridad, la justicia social y el respeto a los límites del planeta.
La Amazonia, por primera vez sede de una cumbre climática, es tanto un espacio de compromiso como una posibilidad para la conversión ecológica que el mundo necesita. La voz colectiva del Sur Global nos recuerda que defender la vida en la Tierra es, en definitiva, defender nuestra propia humanidad, edificando esperanza a partir de los desafíos presentes.
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