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Colombia
Columna
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La clave de una gestión ambiental con sentido

En el marco de los Diálogos de la Biodiversidad, el director del Instituto Humboldt reflexiona sobre los beneficios de una mirada integradora

paramo en colombia

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Colombia ha apostado por una forma distinta de hacer política ambiental, resultado de la revolución de la institucionalidad ambiental de los años 90. Esta política ha logrado integrar actores tan diversos como comunidades indígenas, campesinas, afrodescendientes, organizaciones sociales, academia, empresas y sector público. Una integración de visiones y sistemas de conocimiento conectada por un único propósito: la gestión de la biodiversidad en un país megadiverso, dinámico y apasionado que reconoce la necesidad de una gestión del territorio que respete la diversidad biológica y cultural.

Esta visión de la política se vuelve cada vez más imprescindible, especialmente ante la evidencia científica que advierte sobre un declive de la naturaleza y una acelerada pérdida de biodiversidad. De acuerdo con la Evaluación Global (2019) de la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES), se estima que cerca de un millón de especies en todo el mundo podrán extinguirse en las próximas décadas como resultado del cambio en el uso del suelo y los océanos, el cambio climático, la contaminación y la proliferación de especies invasoras. Esta crisis de la naturaleza es, en sí misma, una crisis de nuestra sociedad que acentúa nuestra vulnerabilidad como especie frente a los eventos climáticos extremos y nuevas enfermedades para la salud humana y los cultivos, entre otros.

En el contexto de la crisis planetaria, Colombia celebra este año los 32 años de creación del Sistema Nacional Ambiental (SINA). Si bien a lo largo de este periodo se avanzó sustancialmente a partir de innumerables cambios y transformaciones en lo institucional y lo político, no es un secreto que los motores de transformación y pérdida de biodiversidad continúan su avance con dinámicas propias en cada una de las regiones que conforman el país de la biodiversidad.

Entre 1970 y 2015, la región Andina (con la mayor densidad de población del país) registró el mayor incremento en la huella espacial humana, con un aumento entre el 3% y el 6%. Sin embargo, desde el año 2000, el foco de transformación se ha desplazado hacia otras regiones: la Orinoquía y el Pacífico. Allí, la huella espacial humana crece a una tasa del 2% anual, lo que revela una expansión acelerada que amenaza ecosistemas relativamente conservados. Esta transformación refleja un impacto sobre la diversidad de especies, ese tejido de vida que conforma el capital natural de un territorio. Entre el 20% de los vertebrados y el 30% de las plantas en nuestro territorio están amenazados. Esto representa más de 1.500 especies cuya permanencia está en riesgo. Las regiones Andina y Caribe concentran el mayor número de especies amenazadas.

Por su parte, los ecosistemas acuáticos enfrentan un escenario particularmente complejo. Son receptores de múltiples amenazas —desde la contaminación hasta el uso desmedido del recurso hídrico— y, paradójicamente, también son los que ofrecen los beneficios más tangibles para la sociedad: agua potable, pesca, regulación del clima, entre otros.

La transformación de los espacios del agua se evidencia en el colapso de las pesquerías del río Magdalena, que muestran una disminución del 68% de los desembarcos en la cuenca en los últimos 41 años, pasando de 81.653 toneladas en 1975 a 26.132 toneladas en 2016. Por otro lado, mientras los desembarcos de algunas especies nativas disminuyen en los puertos, los de especies introducidas como el pez basa muestran aumento en los últimos años.

Estos patrones de transformación nos indican que no podemos permitir continuar en este camino. Preservar los ecosistemas es una condición esencial para garantizar nuestra supervivencia como especie humana. Es aquí donde cobra un papel vital la tarea de abrir y de mantener la conversación en el marco de los Diálogos de la Biodiversidad. Necesitamos discutir y contrastar miradas, informarnos mutuamente desde un conocimiento que reconcilia la ciencia con los saberes tradicionales y, en conjunto, ser capaces de crear consensos que guíen el accionar público y privado.

Es importante señalar que la ciencia jamás tendrá toda la información, ni la capacidad de asegurar con certeza cada paso a seguir. La IPBES invita a reconocer y abrazar la incertidumbre que hace parte de la ciencia. Esto redunda en la importancia de contar con espacios donde las diversas voces y saberes sean escuchados.

Podemos asumir este reto no solo con el diálogo, sino también con acuerdos, decisiones y acciones con los que, en conjunto, impulsemos cambios transformativos que fortalezcan las políticas nacionales de conservación, el ordenamiento y el desarrollo sostenible.

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