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La fiebre de las esmeraldas colombianas se muda a TikTok: viaje a Muzo, el origen de las gemas más valiosas del mundo

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La fiebre de las esmeraldas colombianas se muda a TikTok: viaje a Muzo, el origen de las gemas más valiosas del mundo

El pueblo boyacense, en el centro de Colombia, carga todavía el estigma de las llamadas ‘guerras verdes’ que terminaron con un acuerdo de paz en 1990. Hoy por hoy, vive de lejos los crímenes por los negocios con las piedras preciosas, mientras un grupo de mineros y artesanos exploran su comercio por redes sociales y fomentan el turismo en la región

Santiago Triana Sánchez

En Muzo, la suerte y el azar son como dos vecinos más del pueblo, dos viejos conocidos. La gente compra y vende rifas, chances o loterías en busca de un golpe de fortuna que cambie sus vidas. Pero este rincón de Boyacá, en el centro de Colombia, es famoso sobre todo por una versión de la suerte a la que atribuyen un embrujo: las esmeraldas, las más valiosas del mundo. Su búsqueda incansable y hallazgo improbable son la vida de este lugar desde los tiempos en que solo lo habitaban los indígenas. Aunque la codicia por las gemas desató conflictos que en el pasado desangraron la región, ahora se percibe un ambiente pacífico y se intuye un cambio particular: el comercio de esmeraldas, que solía hacerse en persona para comprobar su valor, ahora se hace por TikTok y redes sociales. El negocio del tesoro verde en esta tierra, su autodenominada capital mundial, ya no se hace como antes.

Muzo es un pueblo caluroso, de algo más de 9.000 habitantes, a unos 180 kilómetros de Bogotá. Para llegar hay que atravesar una trocha agreste con tramos que obligan a cruzar pequeños arroyos y trepar pendientes muy empinadas que con frecuencia derrotan a los vehículos pequeños. Está flanqueado por montañas de un verde frondoso. En la cima de una de ellas, domina el panorama una estatua de Cristo con los brazos abiertos en cruz. Justo debajo se leen, en letras gigantes que se ven a varios kilómetros de distancia, un mensaje y una advertencia, como una especie de antídoto contra una violencia latente: “Paz. Dios ve todo”.

El letrero está allí desde que se firmó la paz entre los esmeralderos, después de la última de las llamadas guerras verdes, en 1990. Antes de eso, trabajar con esmeraldas era casi firmar una sentencia de muerte. En Muzo se comenta que ese ha sido el único acuerdo de paz que de verdad ha tenido éxito en el país. El ambiente tranquilo del pueblo parece confirmarlo: aquí todo el mundo carga esmeraldas como quien carga monedas en el bolsillo, las ofrecen en las mesas de los bares o en las bancas de las plazas, y lo raro es ver a alguien que no lleve puesto un accesorio con alguna incrustación del verde que ha definido el rumbo de la historia de todo el occidente de Boyacá.

Muzo es el epicentro de una región esmeraldera integrada también por pueblos como Otanche, San Pablo de Borbur, Maripí, Pauna, La Victoria o Quípama. De esta tierra brotaron Fura y Tena, dos de las gemas más famosas del mundo. También en Colombia, en Gachalá (Cundinamarca), fue hallada la esmeralda Emilia, bautizada así en honor a la mujer que, ignorando lo que tenía en su poder, la conservó, según las anécdotas que se narran, usándola como piedra para trancar una puerta. Por casos así, las esmeraldas colombianas tienen un prestigio mundial y representan un gran aporte a la economía nacional. Según la Federación Colombiana de Esmeraldas, en 2024 las exportaciones de la piedra —el 97% de la producción nacional se va al extranjero— llegaron a 162,1 millones de dólares.

En el corazón esmeraldero del mundo, lo normal es que la gente calce botas negras de caucho que llegan a las rodillas. Con ellas cruzan quebradas, atraviesan fangos y trabajan en las minas con los pies libres de mugres o humedades. Con dos de ellas, un poncho y un sombrero, se suele vestir Josué González, un minero de 24 años, orgulloso de su pueblo y sin complejos para contarlo con desenfado en sus cuentas de Instagram y TikTok. En redes sociales creó un nombre por el que también es conocido en las calles de su pueblo: Guaquerito. Con más de 51.400 seguidores sumados de ambos perfiles, González es uno de los primeros influencers esmeralderos de Muzo.

El guaquerito graba lo que encontró un visitante en la mina en Muzo, en junio.

Guaquerito tiene en su locuacidad uno de los combustibles de sus perfiles en redes sociales. El otro es su manera cercana de contar las rutinas de los mineros boyacenses que van en busca de la esmeralda escondida. Trabaja en la mina de Coscuez, cerca de Otanche, y se inventó un plan llamado Guaqueritos por un día, con el que invita a sus seguidores a visitar la región y meterse en el papel de un minero. Siempre hace énfasis en un detalle: los conflictos en el occidente de Boyacá son cosa del pasado. La violencia asociada a la piedra preciosa a ratos parece haberse trasladado a Bogotá, donde, en el último año, los empresarios esmeralderos Juan Sebastián Aguilar, alias Pedro Pechuga, y Hernando Sánchez fueron asesinados por francotiradores.

El plan de Guaquerito resultó atractivo para los esposos Candy Nocua y José Gregorio Sánchez, quienes, junto a tres de sus cuatro hijos, llegaron a Muzo tras 10 horas de viaje por carretera desde Bucaramanga. Piden almuerzo en un restaurante: una picada de carne y cerdo con papa y yuca, guarapo (una bebida fermentada), refajo (cerveza con refresco de cola) y algo de cerveza. Se preparan así para el momento más atractivo y exigente de su Plan Guaquerito: entrar en las profundidades de una de las minas de esmeraldas y esperar a que la suerte, también presente en los montes de este lugar, se les manifieste con un verde brillante entre tanta tierra negra.

Una riqueza latente

Los muceños cuentan a veces una historia que habla de la riqueza de su tierra: hace mucho tiempo, dos hombres trataban de cazar un armadillo, cuya carne es de consumo típico en la región. El animal, angustiado, empezó a cavar en la tierra para ponerse a salvo, y, a medida que abría en la tierra el hoyo para refugiarse, empezaron a salir también esmeraldas. Es probable que la historia sea parte de cierta mitología popular, pero una cosa sí es verdad: las gemas ya no brotan con esa facilidad. Ahora la gente rebusca entre la tierra desechada hace décadas con la esperanza de que allí se encuentre la piedra que les cambie la vida.

Lady Fajardo, nacida en Chiquinquirá hace 26 años y afincada en Muzo hace siete, explica, pala en la mano y con el agua hasta la mitad de las canillas, cómo funciona el oficio de “palear”: hay que ubicar una piedra mediana en el cauce del arroyo que baja de la montaña, para crear una especie de cuna en el fondo en la que se acumulen piedras. De esa cuna se saca tierra con la pala, se riega en alguna parte seca y se escarba en busca de una esmeralda. Ese método se hace a cielo abierto, en el fondo del abismo que crean las montañas. Forma parte, además, del paseo turístico que ella ofrece en sus perfiles de TikTok, donde también vende esmeraldas a todo el país. Su nombre en redes sociales es @Esmeralady, y sus videos alcanzan las 42.000 vistas.

Desde que llegó a Muzo, Lady se metió al mundo de la minería. Hace seis meses, por sugerencia de una amiga, empezó a ofrecer esmeraldas por TikTok. Tuvo tanto éxito en sus primeras transmisiones, que se convenció de que debía dedicarse a la venta de joyas y gemas por redes sociales. Unos cuatro meses después, añadió a sus ofertas los recorridos por las zonas mineras de Muzo, al darse cuenta de la curiosidad de la gente que, admirada, seguía su trabajo en un oficio tan físico como la minería, que hasta no hace mucho tiempo estaba vetado para las mujeres: la creencia decía que las esmeraldas se escondían si una de ellas trataba de buscarlas.

Aparte de su trabajo con las esmeraldas, Fajardo lidera la junta de acción comunal del cacerío La 14. Desde esa posición, observa con ojo crítico la actuación de Esmeraldas Mining Services (EMS), la gran compañía encargada de la explotación de la mina Puerto Arturo, en Muzo, que consta de 55 hectáreas con cinco perforaciones de entre 90 y 150 metros de profundidad. Reconoce que la empresa puede traer bondades a la región, pero lamenta el poco interés que, a su juicio, tiene de retribuir en algo a la comunidad.

Hasta junio de 2018, EMS se llamó Minería Texas Company (MTC). La empresa forma parte del grupo Compañías Muzo, cuya producción anual suele ascender los 600.000 quilates, aunque en 2021, EMS superó el millón. En 2024, EMS reportó ganancias superiores a los 120.000 millones de pesos, según los datos que aportó en la Cámara de Comercio de Bogotá. De sus minas consiguen enormes gemas que, dice la gente, por seguridad no sacan de Muzo en carro sino en helicóptero. EMS, en todo caso, sea por carretera o aire, no necesita de TikTok.

Lady transmite en vivo en TikTok para ayudar a los guaqueros a vender sus esmeraldas, en Muzo (Colombia).Vídeo: Andrés Bo

En el centro del pueblo, al día siguiente, Lady alista un pedido de varias esmeraldas, cada una más pequeña que una uña, con sendos certificados de autenticidad, para enviar a Palmira (Valle del Cauca). En la mesa vecina a la suya se ha instalado un comerciante que solo da su nombre, Walter. Ha puesto un poncho blanco y, encima, montoncitos de esmeraldas sin tallar de diferentes calidades y tamaños. Por allí desfilan varias personas en pocos minutos, preguntando por las piedras, observando, regateando. Algunos llevan colgada en el cuello una lupa para estudiarlas en detalle.

No lejos de allí está Alessandro Durante, un italiano de 50 años que viaja por el mundo en busca de todo tipo de piedras preciosas. Supo del Guaquerito después de ver un video en YouTube, mientras estaba en Bogotá, y se puso en contacto con él para que lo guiara en su visita a Muzo. Desde hace 10 años se dedica de lleno al negocio de las gemas y su estilo de vida es itinerante: en el último año, ha pasado menos de un mes en Roma, su ciudad. También ha participado del recorrido que ofrece Lady. Está sentado a la mesa de la terraza de un bar, lleva unas gafas de sol puestas y pide una cerveza para refrescarse del calor mientras conversa.

—¿Hace cuánto sabe de la fama de las esmeraldas colombianas?

—De siempre—dice con una risa un tanto irónica—.

—¿Por qué no había venido antes?

—Porque sabía que antes tenían problemas. Y también aquí en Colombia las esmeraldas cuestan mucho. El color de las que hay aquí no se puede encontrar en otra parte del mundo, pero hay algunos países como Zambia, Pakistán o Afganistán que tienen esmeraldas buenas a un precio correcto.

—O sea que aquí le parecen muy caras...

—Un poquito, sí. Pero ahora estoy mirando, porque puede ser que encuentre alguna cosita para comprar a un precio justo.

—Y la idea es comprar aquí y vender en Europa…

—Eso es, claro.

A pocos metros, en una banca, esperando que alguien se siente al lado, está la estatua de un hombre con bigote, sombrero y una esmeralda en la mano. No se lo identifica, pero guarda un parecido evidente con Víctor Carranza, el arquetipo del esmeraldero multimillonario. El llamado zar de las esmeraldas dominó esta tierra por décadas, y acumuló una fortuna que acarreó enemigos, intrigas y violencia. Fue señalado de formar grupos paramilitares, pero murió en 2013 de un cáncer, sin ningún proceso judicial activo, dueño de grandes extensiones de tierra y con sus cuentas bancarias repletas. Su recuerdo recorre Muzo con frecuencia.

Referencias a Carranza se suelen encontrar en alguna conversación, en este hotel, en aquel negocio. Uno de ellos es la tienda de Pablo Vanegas, bogotano, 65 años, residente en Muzo desde hace 50. Aparece en una foto junto al zar, visible al entrar a su local. La puerta de su negocio es la única de la que sale un chorro de luz casi sobre la medianoche, a pocos metros de la estatua anónima de Carranza. Trabajará hasta bien entrada la madrugada, junto a siete empleados. Hay un motivo detrás de ese horario: es el momento del día en que más logra sumar visitas a sus transmisiones en directo de TikTok, donde rifa y subasta sus artesanías con esmeraldas a todo el país. Espera pronto hacerlo también a todo el mundo, cuando pueda asegurarse de que la mercancía llegue a otros países sin problema.

Su aventura en redes sociales comenzó hace cinco meses. Antes, solo se dedicaba al comercio en su tienda y en su taller. Era un escéptico de las nuevas tecnologías, pero, de tanto que le insistieron sus amigos, se dejó tentar. Invitó a un tiktoker del pueblo a hacer una trasmisión desde su tienda, y el éxito fue inmediato: “Eso es como tener la tienda llena de turistas, pasando y preguntando, es prácticamente lo mismo”, dice. En menos de seis meses, su perfil de TikTok, @Tiendarte_muzo, consiguió más de 5.500 seguidores, y a cada transmisión se unen por lo menos 15 o 20 extranjeros. La alegría con que cuenta todo su proceso, tan fugaz, parece ser uno de los rostros del éxito de la nueva ola de ventas de esmeraldas en Muzo.

En las entrañas de la tierra esmeraldera

Pero no todos han superado el escepticismo. Hay quienes atribuyen a los tiktokers nada más que un afán de fama. Así se oye decir a un minero en la entrada de la mina Las Carmas, adonde ha llegado la familia bumanguesa para su recorrido. La entrada de este lugar no tiene nada que ver con los túneles de concreto de las minas de la multinacional. La entrada aquí es un agujero de menos de dos metros de alto por idéntica anchura. Adentro, si no se lleva una linterna, no hay diferencia entre tener los ojos abiertos o cerrados. Al plan también se ha sumado Lady, que sintió familiar la voz de don Gregorio Sánchez. Pronto lo reconoció: él le ha comprado esmeraldas por TikTok.

En el lugar hay varios hoyos en la tierra por donde ingresan los mineros. Los primeros que se ven son caídas verticales de varios metros de profundidad, adonde se entra por una especie de ascensor. Muy cerca hay una tienda pequeña, donde lo que más se vende es cerveza, la bebida con la que los trabajadores se refrescan del calor y de las jornadas extenuantes. Un grupo de ellos se reúne alrededor de cinco o seis botellas de cerveza, una por minero. Juegan al tapazo: cada uno elige una botella, la abre y revisa en la cara interna de la tapa un pequeño número que todas llevan. El que saque el número menor, paga la ronda. “Aquí todo es una apuesta. Hasta tomarse una pola“, se oye decir.

El Guquerito comprueba que las linternas de los cascos de la familia Sánchez Nocua funcionen bien antes de entrar en la mina. Adentro, las personas a veces pueden caminar erguidas; a veces deben agacharse para evitar golpearse la cabeza. Los carros cargados de tierra vienen y van; algunos mineros parecen curiosos de ver a una familia foránea someterse a los rigores del oficio. Los visitantes se emocionan, aguzan la vista para que no se les escape la esmeralda. El calor se hace sentir: Josué González cuenta que hay lugares tan calurosos, que los cinceles queman las manos después de darles un par de martillazos. La familia se ve animada e invadida por aquel refrán que convence a los mineros de que pronto encontrarán la esmeralda: “Hoy no, mañana sí”.

TikTok, una ventana a Muzo

Los fines de semana son los días de mayor actividad comercial de esmeraldas. Lady Fajardo se sienta a una mesa pequeña, pone encima algunas de las gemas que tiene para ofrecer y comienza su transmisión en directo por TikTok en uno de sus teléfonos. En el otro, recibe los mensajes de quienes han visto las esmeraldas por el video y coordinan los detalles de la compra. La cantidad de personas que siguen su transmisión varía: esta vez hay unas 130.

Todas ellas, sin embargo, no solo ven las piedras que ofrece Lady: también las de otros comerciantes que, ajenos al mundo de las redes sociales, le piden a ella que ofrezca sus propias esmeraldas a cambio de una pequeña comisión económica si la venta se cierra. Su mesa, que antes estaba ocupada hasta la mitad, pronto se llena de esmeraldas de muchas otras personas que, sin desconfianza, las dejan ahí, a la vista de cualquiera. Los cálculos rápidos dicen que en esa mesa hay por lo menos 100 millones de pesos en mercancía. No están aseguradas las ventas, pero una cosa sí parece estarlo: la seguridad y la certeza de que aquí nadie viene a robar.

Lady termina sobre el mediodía su sábado de ventas digitales. Su cara revela cierta frustración: no hubo grandes negocios, la señal del internet falla y TikTok le suspendió la cuenta porque lo percibió como un juego de azar. Ha habido días mejores, tal y como ocurre a quienes escarban en el fondo de la tierra con el ansia de intuir cerca la esmeralda perdida. Un hombre, con el bolsillo lleno de gemas, se anima a lanzar un dato sin revelar de dónde lo sustenta: “No se ha explotado ni el 10% de las minas de la región”. La frase, fuera de Muzo, sonará a poco, pero significa mucho en un pueblo inmerso en la incertidumbre de la suerte. Por allí cerca está también el italiano Alessandro Durante, que ya sopesa alargar por unos días su travesía boyacense:

—¿Cómo ve un italiano experto en piedras el comercio de esmeraldas en Colombia?

—La manera como se comercia la piedra es igual en todo el mundo. Lo que pasa en la plazoleta del Rosario, en Bogotá, pasa en India, en Pakistán... se ven las mismas cosas: gente por la calle con las piedras en la mano. El mercado es por todo el mundo igual.

—¿Y la imagen de este país peligroso, en guerra?

—No, no. Antes, puede ser. Pero ahora no. Hay mucho turismo, no pasa nada. A mí no me ha pasado nada, incluso en las noches, caminando solo.

—¿Cuánto tiempo lleva en Colombia?

—Un mes.

—¿Y cuánto planea quedarse?

—Si voy a hacer dinero, toda la vida

Esmeraldas extraídas de la mina en Muzo.

Créditos:

Edición de texto: Camila Osorio
Foto y video: Andrés Bo
Edición visual: Gladys Serrano
Diseño & Layout: Mónica Juárez Martín y Ángel Hernández

Sobre la firma

Santiago Triana Sánchez
Periodista de EL PAÍS en la edición América Colombia. Ha pasado por la sección de Cultura y por la redacción del Diario AS, en Madrid. Es egresado de Periodismo de la Universidad Javeriana y Máster en la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS.
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