El debate entre mujeres: ¿nueva muestra del machismo que nos rodea?
Ayer Antena 3 emitió un debate en el que las cuatro representantes de los partidos solo tenían un nexo en común: ser mujer. Ni siquiera todas van en listas de las elecciones. ¿Es esto realmente contribuir al feminismo o todo lo contrario?

El riesgo de repetir una campaña electoral a pocos meses de haber clausurado la última ha hecho que las televisiones tengan que rizar el rizo, exprimir al máximo la lluvia de ideas, con tal de ofrecer nuevos productos capaces de convencer a los agotados espectadores. ¿Cómo va a animarse a trasnochar un ciudadano corriente para conocer las propuestas de los partidos después de haber pasado cuatro meses observando su incapacidad para ponerse de acuerdo?
De ahí formatos más amables, como los niños preguntones de Ana Rosa Quintana o los días y las noches de Susana Griso. Espacios con toque diferente, donde puedan acudir los candidatos, pero sin necesidad de saturar, de nuevo, el mercado. Ahí, suponemos, es donde germinó la idea de organizar un debate compuesto únicamente por mujeres. Claro que no todas las ideas sobre el papel terminan funcionando en la realidad.
Cuatro representantes de los cuatro principales partidos con el único nexo en común de ser mujer. Dos de ellas, de hecho, ni siquiera van en listas para las próximas elecciones.
Lo que podría haber nacido como una respuesta lógica a que los partidos, en España, sigan dirigidos por hombres, se convierte, al instante, en una muestra más del paternalismo que la sociedad continúa ejerciendo sobre las mujeres. "Ya que las pobres no pueden acceder a la primera línea de la política nacional, al menos, que tengan una oportunidad para expresarse". Y dicho y hecho. Cuatro representantes de los cuatro principales partidos con el único nexo en común de ser mujer. Dos de ellas, de hecho, ni siquiera van en listas para las próximas elecciones. Entonces, ¿cuál es el cometido del debate? ¿Que defiendan la postura de sus partidos? ¿Que comenten las decisiones de los comités centrales? De acuerdo. Pero, entonces, ¿por qué incidimos en que se trata de mujeres? ¿Para que demuestren que ellas están tan cualificadas como ellos para debatir? Eso ya lo sabíamos antes de empezar.

Resulta sorprendente que nada chirriase a los ideólogos de este debate. Ni el lema promocional, 'Primero las mujeres', más propio de otros tiempos más antiguos y caducos, ni la presencia de un hombre como conductor, ni, desde luego, los temas a tratar durante el duelo ideológico. Cuatro grandes ejes sirvieron para vertebrar las intervenciones de las representantes. Empleo, corrupción, Venezuela -sí, Venezuela- y violencia de género. Ni una referencia a la educación, la sanidad, la cultura o la economía -de eso ya se encargarán los hombres cuando les toque el turno-. Y, por supuesto, nada de diversidad afectivosexual, derechos sociales o feminismo. ¿A alguien se le ocurriría organizar un debate entre representantes LGTB de los partidos políticos y no tratar asuntos como la ley integral de transexualidad o las leyes contra la homofobia de algunas Comunidades autónomas? Pues con las mujeres ocurre.
Hay que terminar con la imagen estereotipada de 'superpolíticas' que se incorporan tres días después de dar a luz y con la fórmula de presidente bonachón flanqueado por una aguerrida vicepresidenta.
Parece que todavía no hemos entendido que lo que necesitan no es nuestra condescendencia. No hace falta que les busquemos un lugar especial para que puedan demostrar que son tan competentes como los hombres. Lo que tenemos que hacer es garantizar que puedan encabezar listas electorales de primer orden con la misma facilidad con la que lo hacen los hombres. Terminar con la imagen estereotipada de 'superpolíticas' que se incorporan a su puesto de trabajo tres días después de dar a luz. Acabar con la fórmula de presidente bonachón flanqueado por una aguerrida vicepresidenta. Entender que la conciliación es un asunto que nos compete a todos. Darnos cuenta de que con un debate de mujeres no hacemos más que evidenciar el techo de cristal que sobrevuela sus cabeza. Que, a la hora de la verdad, son -somos- los hombres los que cortamos el bacalao.
En Estados Unidos, han tenido que esperar hasta 2016 para tener a su primera mujer optando a ocupar la Casa Blanca. Echemos un vistazo a nuestra situación política y social y preguntémonos cuánto tardaremos en España. Ojalá sea la mitad de lo que tienen en mente.
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