Hollande al mando

François Hollande y el Partido Socialista han ganado prácticamente todo el poder político en Francia. Y aunque el escrutinio mayoritario utilizado amplifica los efectos del giro a la izquierda, ahora controlan la jefatura del Estado, el Gobierno, las dos cámaras del Parlamento y casi todas las regiones. La hecatombe de la derecha en las legislativas y una abstención del 44% muestra a gran parte de la población dispuesta a hacer la prueba, sin entusiasmos, pero sin poner obstáculos al partido que promete una salida al caos económico y financiero.

Las urnas sitúan a los socialistas ante la responsabilidad de enderezar las cuentas públicas sin destruir la economía, y de llevar a cabo reformas estructurales largo tiempo aplazadas en Francia. Pero también ante la necesidad de vencer las resistencias a mutualizar las deudas en la eurozona y de no fiarlo todo a proyectos de uniones fiscales, presupuestarias, bancarias o políticas, necesitados de tiempo, que parece faltar ante la urgencia de reactivar la economía. Se ha filtrado una suerte de Plan Marshall de 120.000 millones de euros propuesto por Hollande, a base de fondos estructurales no gastados y capitales del Banco Europeo de Inversiones (BEI), completados con una tasa a las transacciones financieras y medidas de apoyo al empleo juvenil. Estas ideas relegarían el proyecto de eurobonos, al que Angela Merkel se opone, como rechaza en general todo lo que pueda implicar que Alemania garantice deudas ajenas.

El presidencialismo francés tiende a minimizar los contrapesos, aunque el Gobierno asegura que los respetará. En todo caso, que el jefe de uno de los Estados más importantes de Europa tenga casi plenos poderes puede ser positivo para iniciar el golpe de timón, las negociaciones que permitan consolidar el euro, antes de que otros administradores, fieles al manual de instrucciones del pasado, dejen que naufrague en la tempestad.