Hijos del odio
Aristóteles recordaba que la virtud no es un don innato, sino un hábito: nos volvemos justos practicando la justicia y valientes practicando la valentía. Lo mismo ocurre con el diálogo: nos hemos deshabituado y, en su lugar, hemos adquirido la mala costumbre de embestir. La escucha se ha vuelto un ejercicio casi exótico y la crispación un reflejo automático.