El año del pato cojo, y 2
“No podrá quejarse el presidente Bush por falta de solidaridad internacional. La tuvo de la Alianza Atlántica en 2001, cuando activó por primera vez su artículo 5 frente al ataque terrorista en Nueva York y Washington, y la ha tenido ahora cuando el Banco Central Europeo, y los bancos centrales de Canadá, Reino Unido, Suiza y Japón, se han concertado para actuar al unísono e introducir masa monetaria en el mercado para alejar la crisis norteamericana. El multilateralismo del último Bush, expresado en los buenos propósitos de paz concertados en Annapolis entre Israel y la Autoridad Palestina, servirá para poco en el año que le queda de presidencia. Es difícil que se avance hacia la paz mientras los palestinos sigan divididos –con Gaza en manos de Hamas y Cisjordania de Fahta- y el debilitado Gobierno de Ehud Olmert permita la construcción de nuevas colonias en territorio palestino. Algo mejoran las cosas en Irak, es cierto, pero empeoran en Afganistán y lo más probable es que se vaya de la Casa Blanca sin haber podido dar buena cuenta de Al Qaeda, un enemigo rotundo ante el que no hay vía diplomática que valga. El año cosecha un fruto positivo del retorno al multilateralismo y a la diplomacia, como es la paralización del programa nuclear de Corea del Norte, el único contrapunto real al fracaso de Irak y a la incapacidad para doblegar a los iraníes.
Pero hay otra zona de turbulencias, quizás la más preocupante, como es Pakistán, que queda cada vez más a trasmano del control político de Washington. Se trata de un Estado que posee el arma nuclear, tiene un ejército y unos servicios secretos profundamente minados por el fundamentalismo e incluso por Al Qaeda y cuenta en sus regiones fronterizas con Afganistán con una población tribal hostil a Estados Unidos y en guerra con el Gobierno. El mayor vivero del terrorismo mundial se halla en realidad dentro de las fronteras pakistaníes, y si Estados Unidos decidió en 2002 terminar con el régimen de los talibanes afganos fue porque no se vio capaz de liquidar los campamentos terroristas pakistaníes, protegidos hasta entonces por el régimen de Pervez Musharraf. El presidente y ahora ex general Musharraf, que desde entonces viene actuado como aliado de oportunidad de Estados Unidos, ha pugnado todo el año por aguantarse en el poder, mantener a raya tanto a los islamistas como a la oposición liberal, y al final ha accedido a acudir en enero a unas elecciones generales, desprovisto de sus galones militares, a las que quieren acudir los ex primeros ministros Benazir Bhutto y Nawar Sharif, líderes de los dos principales partidos pakistaníes. Musharraf se ha presentado siempre como la única garantía seria de que Pakistán no caería en manos del islamismo radical, pero la inestabilidad creciente permite imaginar el peligro que significaría la aparición de un Estado nuclear islamista, tanto para India como para la seguridad del conjunto de la región y en realidad del mundo. Si a Bush se le puede reprochar lo que ha hecho en Irak y en Afganistán, lo que cabe reprocharle de Pakistán es lo que no ha hecho, su pasividad y su falta de conducción política, algo que deberá corregir el próximo presidente.
A la espera del relevo en la Casa Blanca, en el que los demócratas tienen las mejores bazas, Europa ha empezado a salir del atasco en la que quedó varada por el rechazo en referéndum de la Constitución europea. La Unión Europea brilla de nuevo gracias al euro fuerte y a la llegada fulgurante de Nicolas Sarkozy a la presidencia de la República, que se suma a los éxitos políticos y económicos de la canciller Angela Merkel. Francia quiere contar de nuevo entre los grandes, y lo expresa en forma de muestras de afecto hacia Washington y de protagonismo en Bruselas. Alemania lidera por su propia fuerza natural: el acuerdo sobre la Constitución europea o el consenso final de Bali sobre el cambio climático mucho le deben al peso y a la influencia del país central de Europa. La resolución del conflicto de los Balcanes, que ensangrentó y acompañó la construcción europea una década entera, tiene ahora la oportunidad de culminar con éxito si la UE consigue que Kosovo acceda a la independencia sin reabrir el conflicto, mientras Serbia se acomoda de una vez a un futuro estatuto de país socio. Si todo termina con éxito, algo que no es obvio, Europa habrá demostrado que hay una vía mejor, diplomática y militar en proporciones muy precisas, que la meramente bélica emprendida por Estados Unidos en Oriente Próximo con la guerra de Irak.
Una vez Bush esté fuera de la Casa Blanca, será el momento en que Estados Unidos intentará recuperar de nuevo la autoridad y el protagonismo perdidos. Pero mientras tanto, son otros quienes han empezado a llenar el vacío. China e India, por ejemplo, son protagonistas indiscutibles del nuevo rumbo del mundo. La primera empresa mundial por capitalización bursátil es PetroChina; y entre los cinco mayores empresarios del mundo se halla el indio Lakshmi Mittal; aunque el primero, por encima de Bill Gates, es un mexicano, Carlos Slim. China crece al 11 por ciento e India supera el 9. Sin ambas potencias no habrá acuerdo global alguno que valga para limitar emisiones de dióxido de carbono dentro de dos años, cuando deba concretarse el camino de Bali. Ambos gigantes asiáticos juegan a fondo en la economía globalizada, pero en el caso chino con poderosas consecuencias políticas, pues Pequín se está convirtiendo en agente decisivo en Africa y América Latina, alternativa incluso a las inversiones y compras de los clientes europeos y norteamericanos de siempre. Se consolida así el modelo de capitalismo sin libertades políticas que ya gustaba a las monarquías petroleras del golfo y que se instala como el horizonte natural del comunismo chino. El viaje de Gaddafi a Europa, convertido en un provocador potentado que anda repartiendo contratos por el mundo, es el símbolo más indecente del nuevo cinismo diplomático que admite al viejo déspota en la comunidad internacional y tapa así los agujeros de la derrota neocon. Una vez derrotados, surge un penoso balance del paso por la Casa Blanca de esta pléyade de revolucionarios conservadores respecto a las libertades públicas en el mundo, pero lo peor es comprobar que han actuado de acicate y legitimador para la consolidación de las vías populistas y el despliegue arrogante de sociedades de mercado sin respeto a los derechos humanos”.
(Gracias por leerme, todavía más por el acierto de muchos comentarios y a todos mis mejores deseos para 2008. Y como colofón del año, el adagio francés, de Beaumarchais para más señas, que figura en la cabecera de un diario parisino notable y conservador: Sans la liberté de blâmer, il n'est point d'éloge flatteur)
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