Audemars Piguet cumple 150 años. Así es como una pequeña firma familiar reinventó la relojería desde la artesanía
“Una leyenda de la Alta Relojería”, “La manufactura más respetada de la industria”, “La marca histórica que aman futbolistas y raperos”. No es fácil resumir 150 años de Audemars Piguet. Internet arroja miles de titulares y resultados. Ninguno se equivoca, pero tampoco consigue captar su magnitud. La firma suiza, al igual que sus relojes, es un caso único. Una manufactura que ha logrado dominar el tiempo, yendo en contra de sus caprichos, asegurándose un futuro desde la tradición. Sus diseños perpetúan el saber de un pequeño pueblo, a la vez que se adelantan a las necesidades y anhelos del mundo. Un mundo al que han conquistado, sin dejar de ser una empresa familiar e independiente que celebra cada día sus raíces.
La historia de Audemars Piguet es la historia de Le Brassus. Resguardado por las montañas del Jura, entre bosques rocosos y lagos helados, la naturaleza siempre ha marcado el ritmo de este pequeño pueblo de Valle de Joux. Aunque el campo y la metalurgia eran sus principales actividades, los duros inviernos propiciaron el desarrollo de una nueva afición entre los vecinos de la región: forjar los mecanismos más precisos y preciosos de la Alta Relojería.
Detrás de esos grandes ventanales que definirían la arquitectura de las granjas del siglo XVIII, estos reinventados artesanos instalaron sus mesas de trabajo, dedicándose en exclusiva a una pieza muy concreta del reloj: muelles, ruedas, martillos… Un conocimiento familiar que legarían de generación en generación, dando forma a una sólida red de emprendedores, tan creativos y cualificados que convertirían a este pequeño pueblo suizo en la cuna de los relojes complicados.
Audemars Piguet lleva el apellido de las dos sagas relojeras que lo harían posible. Dos familias que encontrarían en esa artesanía la forma de superar las adversidades. Y no serán pocas.
El linaje de los primeros arranca con una figura digna de una novela de Maggie O’Farrell. Cantera, herbolaria o curandera, Suzanne Audemars era una mujer hecha a sí misma. La leyenda dice que incluso pudo ser contrabandista y que guardaba el botín bajo la cama, donde dormía con el rifle siempre a mano.
La familia Audemars había dejado atrás Francia, huyendo de las persecuciones entre católicos y protestantes, y encontró refugio en una pequeña granja en Derrière les Grandes Roches. Lo que no consiguió La Zanne, como la llamaban en el pueblo, fue burlar la tragedia. Su marido y tres de sus hijos morirán a causa de una epidemia desconocida pero, lejos de quedarse sola y aislada, gracias al apoyo vecinal sacó a los más pequeños adelante y les enseñó un oficio. Louis Benjamin será el primer relojero de la casa. Su bisnieto, Jules Louis Audermars, la razón de que conozcamos esta historia.
De los Piguet podemos destacar su visión para anticipar el potencial del Valle de Joux. La familia fue pionera en asentarse en esas laderas, donde pastoreaba a su ganado, impulsando la fundación de los primeros pueblos. Algunos todavía conservan su nombre. Ese espíritu emprendedor los llevaría, siglos más tarde, a formar parte del gremio que estaba reinventando la horología suiza, bajo la pasión y el saber hacer de Olivier Meylan, el primer relojero del valle.
Edward Auguste Piguet creció en Crêt-Meylan rodeado de mecanismos complicados y artesanos apasionados, como Joseph Piguet, autor del ‘reloj maestro’ más antiguo que atesora la firma; o su preceptor, Charles Cabrier, con quién aprendió a tallar tanto la madera como el tiempo. No se le daría nada mal: su nombre figura en los registros de la manufactura Louis Audemars & Fils, donde cada fin de semana se citaban decenas de artesanos para entregar sus piezas. Incluso ganaría una medalla de bronce en la Exposición Nacional de Relojería de La Chaux-de-Fonds. Con semejante currículum, quién no lo querría como socio.
La manufactura ha conquistado el mundo, sin cortar nunca sus raíces con el Valle de Joux. Sobre estos terrenos, conocidos como Chez-Les-Meylan, se levantarán los pilares de Audemars Piguet y su edificio más antiguo. La sede de los relojes con complicaciones.
Situada el número 18 de la Route de France, donde ahora está el Museo Atelier Audemars Piguet, se cree que Jules Louis Audemars instaló el primer taller de la firma tras esos ventanales. Un anuncio de diciembre de 1875 situaba aquí su relojería con “una gran selección de relojes de todo tipo”.
Audemars Piguet empleaba a principios de siglo a unos veinte relojeros, lo que se traducía en una producción anual de 300 piezas únicas. Con estas cifras en escalada, Jules Louis Audemars y Edward Auguste Piguet, levantarían su icónica Manufactura en 1907, justo al lado de la casa donde iniciaron su negocio.
Para garantizar su independencia, Audemars Piguet apostó por la integración vertical, impulsando el desarrollo de talleres que cubrieran las diferentes etapas de producción: corte, acabados, torneado, mecánica… Para reagruparlos, inauguró la Manufactura des Forges en 2008, el primer edificio industrial suizo con el distintivo de eficiencia Minergie-Eco.
Museo, archivo y taller: el Musée Atelier Audemars Piguet, creado en 2020, es un homenaje a su arraigo en Le Brassus. El estudio BIG lo concibió como una metáfora de sus relojes: un innovador pabellón de vidrio en espiral, integrado con el paisaje, que nos sumerge en el patrimonio artesanal y vanguardista de la compañía.
La Manufactura de Les Saignoles (2021) refleja el compromiso de Audemars Piguet con la artesanía, la innovación y la sostenibilidad. Reúne los talleres especializados en altas complicaciones en un edificio modular de grandes ventanales de SageGlass, diseñado para estimular la creatividad y asegurar la estabilidad térmica.
Audemars Piguet espera abrir próximamente Arc de Le Brassus: un edificio en forma de U que reunirá los focos industriales de la marca. Ha sido diseñado como un proyecto evolutivo capaz de anticiparse a las necesidades de la marca y mejorar las relaciones y el bienestar de los artesanos.
“Audemars Piguet es la manufactura relojera más antigua que siempre ha estado en las manos de sus familias fundadoras”, destaca Jasmine Audemars, representante de la cuarta generación y presidenta de las fundaciones de la marca. “Siempre hemos sabido que la audacia no es nada sin la implicación y la puesta en común”. ¿Sería también ese el motor que llevó a su fundación?
Según los pocos documentos mercantiles que existen, el 18 de diciembre de 1881, Jules Louis Audemars se asociará formalmente con su vecino y amigo de infancia, Edward Auguste Piguet, dando rienda a los movimientos más complejos y ambiciosos de la Alta Relojería. En el número 18 de la Route de France, en la casa donde Audemars emplazó su primera relojería y que hoy alberga el museo, concentrarán todas sus capacidades para obrar el milagro. La relojería suiza necesitaba uno.
La industrialización, con los estadounidenses liderando la revolución tecnológica, sumió a los artesanos del Valle de Joux en una grave crisis. Muchos abandonaron la región, otros dejaron el oficio. La Maison optó por la resistencia, innovando desde la artesanía. Frente a la producción en masa, perpetuaron el tradicional sistema de établissage. Audemars coordinaba desde Le Brassus esta peculiar cadena de producción, en la que intervenían decenas de artesanos y relojeros, encargados de la minúscula parte del reloj en la que se había especializado. La firma, junto a sus codiciados repasseur, supervisaban y ajustaban cada componente, asegurándose de que cumplía con los más altos estándares.
Solo de esta forma tan minuciosa podrían haber rematado una obra como L’Universelle, uno de los relojes más extraordinarios y complicados del mundo. El culmen del trabajo en equipo y el talento del Valle de Joux: el boceto será obra del relojero Louis Elisée Piguet, la jaula del mecanismo la crearía Luc Rochat, François Golay fabricaría los trenes de ruedas y Ami Piguet, los barriletes. La lista es infinita. Se cree que Audemars Piguet tendría que ampliar su equipo para poner orden entre tanta pieza: un total de 1.168 componentes, entre los que figuran 316 tornillos, condensados en un pequeño calibre. Una proeza técnica que contaba además con 26 funciones, como un calendario perpetuo, un despertador con indicación de minutos o cronógrafo de ratrapante, con segundero saltante y segundero muerto. ¡Y todavía estamos en 1899!
Edward Auguste Piguet asumirá la responsabilidad financiera y comercial de la empresa. Abrirse camino no será fácil. Los relojes con complicaciones eran un rara avis que solo la aristocracia y unos cuantos entendidos estaban dispuestos a pagar. Para colmo, la firma compartía apellido con otras cuatro manufacturas. A base de anuncios, ferias mundiales y una cuidada red de minoristas, Audemars Piguet no solo conseguirá diferenciarse y colarse en las boutiques de las grandes ciudades. Sin renunciar a su legado, logrará catalizar los cambios culturales de la época y las inquietudes sociales, en piezas únicas que conectan sus raíces con la innovación.
Porque las creaciones de Audemars Piguet dialogan con la realidad y el deseo, la funcionalidad y la tendencia. Cuando el período de entreguerras desata la popularidad de los relojes de pulsera, la marca explorará la resistencia y la precisión que los soldados necesitaban en el campo de batalla, pero usará el diseño para descontextualizar su pasado bélico y reimaginar escenarios mejores. Será pionera en incorporarles sonerías, calendarios y cronógrafos. Incluso en su peor momento, cuando el Crack del 29 los ponga contra las cuerdas, los artesanos responderán a la incertidumbre con una sacudida de belleza y gracia: desarrollaron movimientos esqueletizados e hipnóticos, modelos de hora saltante, relojes en miniatura o perfiles extraplanos. La demostración de lo que unas manos podían hacer con paciencia y tiempo.
La miniaturización se convirtió en sinónimo de excelencia, y no es necesario decir que Audemars Piguet la llevó al extremo. Los relojeros sabían que, para liderar el cambio, tenían que encontrar la forma de encajar sus intrincados mecanismos en el diseño, sin renunciar a la resistencia y ligereza que reclamaba la modernidad. La firma registraría piezas realmente diminutas, como el primer calibre de repetición de 18 mm, registrado en 1891. Una cifra que puliría con el calibre 7SV de 1,32 mm. Tenía el grosor de un cabello.
Era un arte extenuante. “Dos meses de tormento, dificultades abrumadoras y una intensa fatiga visual”, así resumiría Meylan Grosjean la creación del calibre 7MV, el reloj de sonería más pequeño del mundo. Con apenas 15,8 mm de diámetro, era capaz de reproducir 144 melodías diferentes. “No haré otro igual a ningún precio”.
Con el auge de los relojes de pulsera y la aparición de los primeros modelos automáticos, a esta obsesión por lo diminuto habrá que sumarle la delgadez. Cuando un mecanismo cumplía estas características, significaba que se integraría tan bien en el diseño, que el relojero podía dar rienda suelta a la imaginación. ¿Un ejemplo? El calibre 2003 de LeCoultre. Este delicado mecanismo de 20,3 mm de diámetro y 1,64 mm de grosor latirá en el corazón de sus colecciones durante medio siglo. Ha inspirado todo tipo de piezas. Desde el futurista Discovolante, al primer reloj de cuerda automática.
En Audemars Piguet sabían que el éxito, en plena crisis del cuarzo, radicaba en presentar algo totalmente disruptivo. El mundo lo estaba haciendo: la moda trabajaba el metal como si fuese seda, la arquitectura buscaba en el plástico la posteridad. Sus relojes también debían reflejar esa revolución cultural, adaptarse a un nuevo estilo de vida sin olvidarse de dónde venían. Necesitaban un icono y, de la noche a la mañana, apareció el Royal Oak.
Le encargaron la tarea al relojero Gérald Genta y, tras una llamada nocturna y unas cuantas anotaciones al azar, la firma volvería a revolucionar la industria con un diseño que rompía todos los esquemas: un reloj fabricado en un material impensable, con una caja de gran tamaño en acero inoxidable acabado a mano y un bisel octogonal de tornillos vistos, inspirado en los cascos antiguos de los trajes de buceo. El Royal Oak, “el reloj de acero más caro del mercado”, logró desacralizar la Alta Relojería para abrirla al mundo del deporte, coquetear con la cultura pop o dotarla de feminismo y conciencia medioambiental.
1972 “El reloj de acero más caro del mundo”. Reflejo de un nuevo estilo de vida, el disruptor Royal Oak ideado por Gérald Genta demostró que la alta joyería podía facturar iconos sin depender de metales preciosos.
1976 Jacqueline Dimier, la primera diseñadora de Audemars Piguet, despertará el lado femenino del Royal Oak, reduciendo el diámetro de la caja a 22 mm, sin renunciar a sus distintivos tornillos. El primero de muchos.
1984 En la feria de Basilea se descubre el primer Royal Oak con calendario perpetuo, Modelo 5554, una proeza de ingeniería y alta relojería, con una finísima caja de apenas 7,5 mm de grosor.
1986 Innovando desde la tradición, Audemars Piguet crea el primer reloj de pulsera con tourbillon automático de la historia de la relojería. Este mecanismo olvidado se volverá un imprescindible en las complicaciones tecnológicas.
1991 La firma reintroducirá los relojes de hora errante, como el Starwheel, con una hipnótica esfera donde la hora parece gravitar sobre la minutería, gracias a un rotor central que efectúa una rotación completa en tres horas. Artesanía poética.
1993 De la miniaturización al formato XXL: con una esfera de 42 mm y juntas de caucho, inspiradas en las lanchas fueraborda, el primer Royal Oak Offshore, Referencia 25721, será pionero en los relojes de gran tamaño.
1999 El Royal Oak Offshore End of Days, en colaboración con el protagonista de Terminator, Arnold Schwarzenegger, abriría la veda a las ediciones limitadas con rostros de todos los ámbitos de la cultura, desde el diseñador Matthew Williams al rapero Jay-Z.
2002 Tomando como inspiración los coches conceptuales y sus materiales de alta tecnología, estos primeros Royal Oak Concept acabarían convirtiéndose en una colección experimental de diseños futuristas y técnicas sorprendentes.
2007 Al igual que hizo con el acero, Audemars Piguet elevará el carbono forjado a la categoría de material precioso con el atrevido Royal Oak Offshore Alinghi Team. Ligero y resistente.
2015 En colaboración con Michael Schumacher, Audemars Piguet creará el Royal Oak Concept LAPTIMER un reloj que permite cronometrar varias vueltas consecutivas en el circuito. Una proeza hasta entonces reservada a los dispositivos digitales.
2019 ¿Tradición o modernidad? Audemars Piguet creó el reloj Code 11.59 para demostrar que se puede hacer un reloj de apariencia clásica, dotado de complicaciones magníficas, y conquistar al público más joven. Su esfera geométrica, con agujas y líneas finas, lo hicieron irresistiblemente moderno.
2025 El futuro brilla más que nunca: la firma reinventa el calendario perpetuo en su 150 aniversario con una ergonómica corona que permite controlar todas las esferas. La magia del universo en la muñeca.
La forma de confeccionar ese primer Royal Oak definirá también el carácter cercanode Audemars Piguet. Porque las anotaciones que tomó Genta esa noche, venían directamente de sus futuros clientes. Sus propios distribuidores le trasladaron los anhelos del mercado a la marca, animándolos a actuar en consecuencia. “Nos pidieron que diseñáramos un reloj de pulsera de acero inoxidable, más acorde con el estilo de vida del momento. Tuvimos que inventar un modelo a la vez deportivo y elegante, apropiado tanto para llevar de noche como para las actividades del hombre con estilo”, recordaría Golay en una entrevista. Un diálogo que la firma continúa alimentando, con espacios como las AP House o su increíble museo, para revelar lo que ocultan sus relojes y conocer a los clientes que los llevan en sus muñecas.
De esa capacidad para canalizar los deseos del mercado nacerá también, en 2019, su deseada colección Code 11.59. Un nombre simbólico, en referencia al minuto que precede a un nuevo día, con el que inauguraron un nuevo lenguaje estético, más atrevido y audaz si cabe, que retorcía los límites de la tradición y de su propio legado. Solo hay que fijarse bien en la esfera: su silueta aparentemente redonda, en realidad, es el resultado de encajar sutilmente un octógono —un guiño a la arquitectura del Royal Oak— en un círculo perfecto que le otorga esa condición de clásico moderno. Un reloj etéreo y atractivo que se ha convertido en un campo de pruebas para la firma, con modelos conceptuales y colaboraciones que hacen de la mecánica un espectáculo.
Porque Adeumars Piguet encontrará también el equilibrio en la experimentación. El reloj de cuarzo no logró acabar con el reloj mecánico, ni tampoco la tecnología desbancó a la artesanía. La firma ha logrado combinar ambas para ampliar las destrezas de sus artesanos y asegurar su independencia como firma. En el departamento de I+D nacerá el primer Royal Oak Concept de alacrita, un material imposible de mecanizar; el Royal Oak Offshore Alinghi, elevará el carbono forjado, derivado de la industria aeroespacial a la categoría del oro, o la Supersonnerie RD# mejorará la estética y el volumen del sonido de los relojes del futuro. Un futuro brillante.