Quejas por la escasa prevención y medios para proteger del fuego Las Médulas: “Si no llegamos a estar, se nos quema la casa”
Los vecinos señalan la falta de un plan propio contra incendios para el paraje, Patrimonio de la Humanidad, de las antiguas minas romanas de El Bierzo, en León

El negro y el gris se han colado entre el reconocible verde arbóreo y naranja mineral de Las Médulas (León). De donde los romanos extraían oro con el empuje del agua, ahora pueden salir camiones de madera quemada, aún humeante, como los tablones que hasta este domingo eran el suelo del aula arqueológica, o las barandillas donde los visitantes se extasiaban contemplando este Patrimonio de la Humanidad. El conjunto natural de Las Médulas ha ardido, pero todavía no se conoce la magnitud de los daños, ya que todavía se está trabajando en la extinción. Solo la piedad del viento impidió que devastara las minas milenarias; a cambio, sacrificó incontables castaños, varias naves e intimidó a los alrededores. La chapa del reconocimiento de la Unesco en 1997 se ha carbonizado como los ánimos de los lugareños: denuncian desatención sobre un espacio valiosísimo, la enésima escasez de bomberos forestales de la Junta de Castilla y León (PP) y el viejo abandono rural que inflama las llamas con despoblación.
El fuego comenzó en la noche del sábado, según las autoridades, por un rayo, y el domingo parecía que Las Médulas se salvaban. Parecía. Las ráfagas regatearon las previsiones y cualquier esfuerzo de los brigadistas, desperdigados por León, Zamora, Palencia y Ávila. El domingo, con el fuego ya iniciado, el consejero de Medio Ambiente de la Junta, Juan Carlos Suárez-Quiñones, máximo responsable político de los servicios de extinción, acudió a Gijón con otros dirigentes políticos leoneses, a celebrar el Día de León en la Feria Internacional de Muestras de Asturias. “Tenemos la mala costumbre de comer”, se defendió Suárez-Quiñones cuando se le preguntó por las críticas sobre su ausencia en el peor día de los incendios de su comunidad.
Ese domingo hubo bomberos bebiendo de mangueras de huerto o con ocho horas sin alimento entre los frentes, que tiznan los cielos en incontables kilómetros cuadrados. Los equipos de extinción, apoyados por la Unidad Militar de Emergencias (UME), han conseguido atajar el avance hacia el norte, pero preocupa el flanco sur, donde siguen carbonizándose masas forestales desatendidas, plagadas de matorrales como yesca para el incendio.
Las llamas han dejado a su paso una superficie lunar, gris, de árboles muertos, castaños que surten a los puestos callejeros de otoño e invierno en las calles de cualquier ciudad. Este empuje supuso el desalojo del municipio de Las Médulas, Voces, Orellán o Carucedo, donde las chispas saltaron a los terrenos del pueblo y los vecinos tuvieron que arremangarse para contenerlo. Primitivo Álvarez, de 58 años, aún suspira. Exprimió durante horas la manguera de su huerto para impedir que su casa y las naves aledañas corrieran el mismo destino que un terreno contiguo, donde un tractor fue devastado y su esqueleto metálico aún humea como los maderos de un lateral. “La gente se pregunta cómo pudo pasar, tenían que tener un plan propio”, comenta. Con razón: Javier Sánchez-Palencia, arqueólogo experto en Las Médulas, ha censurado en la Cadena SER que no hay un plan integral antiincendios: “Fue lo primero que pidió la Unesco cuando se produjo la declaración”.










“Siento vergüenza de que haya ocurrido en 2025”, asegura Primitivo, algo que no hubiera sucedido cuando era chaval y aún había ganado en la zona, con menos bosque salvaje y más calefacciones de leña en las casas. “No te dejan limpiar, la burocracia te aplasta”, apostilla, como casi lo aplastan a él las chapas de uralita de la nave del vecino cuando, en plena faena, la ventolera de un helicóptero las hizo volar. La muestra, varios cortes en manos y brazos: “Parecía Vietnam”.
La banda sonora, al menos, la comparte, como si Coppola hubiera dirigido este apocalipsis de fuego. Vuelan los helicópteros sobre el manto gris y el resonar de las aspas y los motores se dirige al cercano lago donde cargar sus cestas rumbo al infierno. Los soldados aplican quemas controladas en los caminos y toman el pueblo, donde los vecinos empiezan a regresar tras el desalojo. Carmen Álvarez, de 93 años, hace ganchillo en su huerto a la sombra, más tranquila, a unos pasos de un solar ennegrecido, ocupado por broza descontrolada, ideal para las chispas. “He pasado muy mala noche, me ha recordado a cuando tenía 30 años y se me quemó la casa”, musita la anciana junto a su hija, Nelsa Rodríguez, de 63. Pasaron la noche protegiendo su huerto y vivienda a base de manguera y coraje. Los salvaron, pero no así el temor. “No se invierte, ya no hay ganado, las fincas no se limpian… lo que se hacía antiguamente. Si no llegamos a estar nosotros se nos quema la casa”, expone Rodríguez.
Varios focos aún activos mandan más humo, entre el frenesí de los hidroaviones. La Guardia Civil controla los caminos para que los habitantes no regresen a casas donde aún se teme peligro, sobre todo si cambian las direcciones del viento o aumentan las temperaturas, decisión raramente compartida por los nativos, deseosos de comprobar que todo está bien o que todo está tan mal como sospechan.
Todo puede pasar en caso de inversión térmica, explica un bombero: “Es como una olla a presión, la tapa es el humo, que parece que está tranquilo, pero está surtiendo de energía a lo de debajo. Cuando coge el calor suficiente, que puede ser ya en cualquier momento, eso revienta y te vas a los comportamientos más virulentos y convectivos porque también se espera inestabilidad”.
Ese cóctel ha provocado que una familia de Voces haya dormido al raso. El clan ha improvisado un campamento en una zona de sombra porque se negaban a ir a Ponferrada, eje comarcal, por si luego les negaban el retorno. Un colchón sirve como tablero de juegos de mesa entre varios chavales, con un sentimiento aún peor que la indignación, sobre todo hacia las instituciones y los servicios públicos: la decepción. Así lo argumenta Lua Lago, de 19 años, ante una “organización fallida”, pues primero todo iba bien, luego no, se quedaron medios insuficientes y cuando el despliegue se recuperó ya era tarde. Su hermana, Selva, de 23, ratifica: “Empezaron cuando todo estaba ardiendo”. Poco aportan los gritos de los agentes echando a la intimidada población; mucho significa esa “maleza no atendida” en Las Médulas o en tantas partes de Castilla y León.
Jóvenes o mayores, diagnósticos compartidos. Juan Bautista, de 62 años, cubre las piernas y cintura con un peto azul y, a pecho descubierto, se prepara para desbrozar con una máquina que porta en una carretilla con hojas de berza. “Los políticos a ver si se ponen las pilas. La gente que vive de las castañas, ¿de qué vive ahora?”, cuestiona el hombre, con una clave: “El fuego es igual ahora que cuando los romanos, pero ahora el terreno no está arado ni hay cabras, que son las mejores desbrozadoras”.
Tópicos, tópicos en cualquier incendio, habitualmente acertados. Poca sorpresa pese al sobresalto, afirma Óscar Fernández, otro paisano pluriempleado en la noche del domingo para salvar Carucedo. De qué sirve tanto realengo internacional en mayúsculas si nadie invierte, cuida, vigila, atiende este Patrimonio de la Humanidad, Bien de Interés Cultural, Monumento Natural, Parque Cultural y maravilla visual milenaria: “No han invertido un puto duro en desbrozar o en retenes, después viene lo que viene, lo esperábamos desde años atrás. Vendrán los cuatro políticos a hacerse la foto y después nada”.
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