La piel del tambor
Un agente secreto del Vaticano, el joven sacerdote Lorenzo Quart, viaja a Sevilla para indagar sobre el pirata informático que se ha infiltrado en el ordenador del papa Wojtyla para denunciar la existencia de "una iglesia que mata para defenderse".
En la indescifrable ciudad andaluza Quart encuentra dos bandos: de una parte el financiero y especulador Pencho Gavira, respaldado por munícipes venales; de la otra, un grupo de idealistas empeñados en salvar al templo de la piqueta, entre ellos al coriáceo párroco, don Príamo Ferro, y a Macarena Bruner, la atractiva heredera de la estirpe nobiliaria que construyó, siglos atrás, el edificio. Quart, típico héroe revertiano, es un hombre de mundo que sirve a la Iglesia con el mismo espíritu de sacrificio y milicia con que la servían los monjes guerreros. En él encontramos la añoranza del hombre que sabe cumplir una misión a pesar de las íntimas contradicciones que su condición le acarrea, en el caso de Quart, especialmente, su relación con la turbadora Macarena Bruner.
Pérez-Reverte ha fundido con destreza paisanaje y paisaje en esta Sevilla plural de la que siempre se ha dicho que se resiste a entregarse al forastero, pero que en La piel del tambor brilla entera y verdadera, contradictoria e inconstante, desdeñosa y ensimismada bajo su cielo azul y su sol sabio, anclada en su pasión barroca de claroscuros y concurrencias de opuestos.
El secreto que el autor vuelve a revalidar en La piel del tambor consiste en dosificar sabiamente acción y reflexión, al equilibrar información presente y flash back; en trasladar al lector de un escenario a otro interrumpiendo siempre la acción en un momento culminante, un recurso infalible del folletín decimonónico que la poética de Pérez-Reverte reivindica. Pero la eficacia de esta novela reside también en la sabia condimentación con que agrega ironía y humor a la contenida violencia que alienta a lo largo del relato.
Pérez-Reverte revalida en La piel del tambor su dickensiana habilidad en la creación de personajes que quedan prendidos en la memoria del lector con pocos y certeros trazos. En este sentido cabe destacar la galería de personajes entrañables y patéticos de los bajos fondos sevillanos, el pintoresco equipo de delincuentes a los que el banquero encomienda el trabajo sucio. El jefe es don Ibrahim el Cubano, falso abogado, estafador y perfecto caballero a cuyas órdenes están El Potro del Mantelete, ex torero y ex boxeador, y Niña Puñales, folclórica otoñal que nunca pasó de promesa. Las peripecias del trío, a veces desternillantes, a veces inspiradoras de una gran ternura, prestan a la acción principal un adecuado contrapunto. Otra variación tonal sabiamente entretejida es la romántica historia de Carlota Bruner, antepasada de la heroína, con el capitán Xaloc, la memoria de cuyos amores reverdece a través de la correspondencia y los recuerdos atesorados en el arcón familiar.
En La piel del tambor encontramos una narración fluida y eficiente, que sirviéndose de una impecable carpintería narrativa, a la que ya estamos acostumbrados los lectores revertianos, presenta una novedosa mezcla de lo que se ha venido a llamar novela-enigma con elementos clásicos de novela policiaca. A este interesante cóctel literario se añaden tonos de documentación histórica, de romanticismo, de aventura e incluso alguna pincelada gótica.
No es un secreto, y La piel del tambor viene a corroborarlo, que Pérez-Reverte ha dado con la piedra filosofal que hace que una novela además de bien escrita sea interesante y pueda apasionar tanto al lector exigente como al que meramente busca esparcimiento y el gozo de una historia bien contada.
Mañana viernes, por solo 7,95 euros con EL PAÍS, La piel del tambor.
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